Apuntes sobre la pandemia: Mujeres

He aprendido a medir el tiempo a través de los libros y las series. En cuarentena, los minutos son insuficientes como forma de medición y da lo mismo un miércoles que un sábado. Bueno, ni tan así, porque los domingos puedo estar acostado todo el día, leyendo o paseando por Netflix, sin sentirme culpable por no revisar mi correo electrónico. 

Ilustración de Henn Kim

En todas las historias que he vivido por estos días, las mujeres han sido los personajes principales. Mujeres que han tenido que sobreponerse a la violencia machista reforzada por otros factores culturales y sociales como el racismo, la religión, la pobreza o los prejuicios asociados a un momento histórico específico. Como Madam C. J. Walker: Una mujer hecha a sí misma (2020), situada en un Estados Unidos mucho más racista, de inicios del siglo XX, y protagonizada por Sara, una mujer lavandera que construyó un imperio económico a pesar de la discriminación; o Unorthodox (2020), una historia contemporánea que cuenta la huida de Esty de su comunidad ultraortodoxa en Nueva York a Berlín. 

Hace unos meses, mi amiga J y yo fuimos al lanzamiento del libro ¿Será que soy feminista? de Alma Guillermoprieto. Durante ese evento, en labios de la autora, escuché: el recrudecimiento de la violencia en contra de las mujeres responde a la reivindicación de algunos hombres por demostrar quiénes tienen el poder. Algo así ocurre en La Jauría (2020), una serie chilena que inicia con la desaparición de una líder estudiantil feminista, atrapada por un grupo de hombres que hacen parte de un juego violento que busca recordarle a las mujeres las consecuencias por protestar y denunciar la violencia de género. 

Pienso también en lo que ha significado la cuarentena para las personas que están atrapadas con abusadores. De acuerdo con cifras del Observatorio Colombiano de las Mujeres, desde que empezó la cuarentena en el país, las llamadas a la línea de orientación a Mujeres Víctimas de Violencia han aumentado en un 163 por ciento. Pienso en las denuncias por acoso y abuso sexual contra el director de cine Ciro Guerra, documentadas en un reportaje a cargo de las periodistas Catalina Ruiz-Navarro y Matilde de los Milagros Londoño. Después de ver la noticia y leer varios hilos de Twitter, mi amiga N y yo nos quejamos del ambiente hostil que mira con sospecha a las mujeres y las declara culpables hasta que se demuestre lo contrario (aunque muchos quieran argumentar que su verdadera preocupación es la presunción de inocencia y el buen nombre de los acusados). También pienso en la violencia contra las mujeres trans, la negligencia que mató Alejandra cuando una ambulancia se negó a llevarla a un centro de salud, el silencio de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ante los abusos de la policía, que incluyen golpizas y disparos por diversión, tal y como lo denunció la Red Comunitaria Trans

Durante los días de encierro han resonado otros casos espantosos, pero que no son una novedad, como la violación realizada por seis militares, y presenciada por un séptimo, en contra de una niña embera. Recuerdo una escena de la última temporada de Outlander (2014), poderosa y cruda por su honestidad y por la interpretación de Caitriona Balfe. El personaje de Claire Fraser, luego de sobrevivir a una violación grupal, le dice a su esposo y a los espectadores: “He vivido una maldita guerra mundial. He perdido un hijo. Perdí a dos maridos. He sufrido de hambre con un ejército, y me han golpeado, y me han traicionado, y he sido encarcelada, y... sobreviví. Y esto, ¿se supone que estoy destrozada por esto? Bueno, no lo estaré”. 

Hace dos días terminé de leer Beloved de Toni Morrison, una novela que muestra quizás una de las formas de violencia contra el cuerpo más aterradoras: la esclavitud. Dejar de ser humano para convertirte en un objeto. Precisamente para librarla de los horrores de la esclavitud, Sethe mata a una de sus hijas y está dispuesta a matarlos a todos con tal de evitar que sean considerados mercancía. Sethe, quien tomó su propia libertad y la de sus hijos al escapar de la granja donde era una esclava: “Lo hice yo. Nos saqué a todos de allí. Sin Halle. Hasta entonces, nunca había hecho nada por mi cuenta. Jamás había tomado una decisión. Y salió bien, tal como se suponía. Estábamos aquí. Todos y cada uno de mis hijos, y yo también. Yo los alumbré y los saqué de allí, y no fue por accidente. Lo hice. Recibí ayuda, por supuesto, mucha ayuda, pero fui yo quien lo hizo, yo quien dijo Adelante y Ahora”.

Hoy en la mañana volví a ver el discurso que pronunció esta semana la congresista Alexandria Ocasio Cortez sobre la violencia verbal contra las mujeres, luego de ser insultada por Ted Yoho. Fucking bitch, le dijo él. Puta perra, maldita perra, jodida puta, son algunas de las formas como podría traducirse el insulto. La claridad de las palabras de Ocasio Cortez y lo habituales que son los insultos machistas (como decir hijueputa y no hijueputo) demuestran un problema cultural que, por fortuna, hemos empezado a cuestionar con más fuerza. 

En la pared del cuarto de J está un cartel que reza “se va a caer” haciendo referencia al patriarcado. Siempre que leo la frase me gusta agregar “y si no se cae, lo tumbamos”. Pienso en la pregunta que le da título al ensayo de Alma Guillermoprieto.

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Cessare
Escritor colombiano. Es autor de las novelas "Siempre nos quedará Bogotá", finalista del Premio Nacional de Novela Corta 2018 organizado por la Universidad Javeriana, y "Al final, el océano", que ocupó el primer lugar en el Premio de Novela Distrito de Barranquilla 2019. Su libro de relatos "Alas para lanzarme de un puente y volar" fue ganador del Portafolio de Estímulos 2020 de la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla en la modalidad de Narrativa.