Apuntes sobre la pandemia: Encierro

Llevo más de tres meses encerrado. Ciento trece días para ser más exactos. Cuando digo “encerrado” no me refiero a un aislamiento con salidas al supermercado o alguna escapada para verme con amigos. No. Llevo más de tres meses sin salir de mi casa, solo recorriendo mi cuarto, de más de tres paredes, la sala, el baño, a veces la cocina, la sala de nuevo y otra vez el baño para cepillarme los dientes.

Escribo “Llevo más de tres meses encerrado” sin la pretensión de sonar como un presumido, por mi supuesta responsabilidad, o un mártir, por mi capacidad de autosacrificio. Lo tecleo como un simple dato de mi experiencia apocalíptica en la que otras personas han contemplado el fin del mundo y el verdadero caos que implica no tener control sobre sus muertos convertidos en cenizas, confundidos de familias o envueltos en plástico como sobras radioactivas. Más de tres meses sin salir, casi cuatro. Más días de los que lleva el año. Un año en el que salí de fiestas todos los fines de semana. Las fiestas son de las cosas que más me hacen falta. Sentir el calor de la rumba, el roce de los otros cuerpos y los acercamientos sin el temor del contagio, sin el temor de la muerte.

Recuerdo las noticias de enero en las que ya se hablaba de algo extraño que estaba floreciendo en todo el planeta, del este al oeste, como el curso del sol. Casi tan extraño como la palabra Wuhan, que estuvo más presente en nuestros discursos, casi tanto como la enfermedad que no escribiré —siguiendo el consejo de las indígenas de la Sierra Nevada que piden no nombrarla para no darle más poder— que empezó a reclamar un espacio en las conversaciones más banales y a ser un chiste cada vez que escuchaba un estornudo o el sonido de una tos.

Slow rider. Henn Kim
Antes del caos vivía en otra ciudad, distinta a la que estoy ahora, y en ese lugar pasaba el menor tiempo posible en el apartamento donde estaba mi maleta y mis libros, que en cualquier otra situación habría llamado mi casa. Inventaba planes al cine, recorridos al mercado campesino, almuerzos con amigos, charlas literarias. El fin de semana estaba reservado para las fiestas con mis amigas J, N y C. Me pregunto si esa necesidad de estar fuera no respondía a una incapacidad de asumirme solo. Pienso en una frase que leí en la novela Normal People de Sally Rooney: “Ella seguirá siendo la misma persona, atrapada dentro de su propio cuerpo. No hay lugar alguno al que pueda ir para liberarse de esto”. Pienso en esa frase por mi constante necesidad de estar lejos geográficamente, sin preguntarme de qué huyo. ¿De mí mismo? Creo que incluso estando lejos, en esa ciudad, que creí mía pero ya no lo era, experimenté el vacío de habitar mi cuerpo. Uno que trataba de mantener distraído a través de los otros. Esas emociones eran un simulacro para lo que venía.

Vuelvo a las fiestas de nuevo, en la ciudad en la que estoy ahora, y recuerdo el ritual de la rumba que inició el día de mi cumpleaños y se repitió las dos semanas siguientes (jueves siempre) en el mismo lugar y con las mismas personas. Celebramos el estar juntos después de varios años separados. Nos sentimos vivos y bailamos, nos tocamos, anticipándonos sin saberlo a lo que vendría después.

También pienso en las fiestas en la otra ciudad y casi puedo escuchar la risa de J mientras convencíamos a C y a N para salir. Recuerdo a mi otra amiga N, quien me visitó un fin de semana, con la que fui a una discoteca tan pronto dejó las maletas y bebió el mojito.

Antes de regresar a la ciudad en la que estoy, cuando las fronteras no se cerraban por completo, volví a ver a mi amigo que se llama igual que yo, pero en turco. No nos veíamos desde 2018.  Aunque ya se hablaba del distanciamiento social y se ordenaba la limitación de los afectos, lo abracé como si el virus no existiera. Me cuesta concebir una existencia en la que tocarnos sea una limitación.

Sigo encerrado. Llevo más de tres meses encerrado, sin salir de mi mismo, anhelando volver a los otros. Pero no dejaré mi encierro solo para recorrer las calles el día y la hora en los que legalmente puedo hacerlo. Eso no me interesa. Quiero salir cuando sean seguras las multitudes y el contagio de la muerte no esté representado en un apretón de manos. ¿Cuándo será eso? Me pregunto hasta cuándo seguiré(mos) encerrados o cuándo será la próxima fiesta. Espero disfrutarla tanto como he aprendido a disfrutarme.

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Cessare
Escritor colombiano. Es autor de las novelas "Siempre nos quedará Bogotá", finalista del Premio Nacional de Novela Corta 2018 organizado por la Universidad Javeriana, y "Al final, el océano", que ocupó el primer lugar en el Premio de Novela Distrito de Barranquilla 2019. Su libro de relatos "Alas para lanzarme de un puente y volar" fue ganador del Portafolio de Estímulos 2020 de la Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla en la modalidad de Narrativa.