Partida doble


- Es tu turno linda - la chica tomó su alfil y avanzó una casilla diagonal. Luego, con una voz llena dé victoria exclamó, ¡jaque mate!
Sonreí y estreché su mano, ella se sonrojó y me propuso jugar otra partida pero cansado de haber perdido siete veces seguidas, le dije que mejor paráramos el juego.
- ¿Has hablado con Tomás? el pobre tiene fiebre - dije para terminar con el incomodo silencio. Ella negó con la cabeza y desvió la mirada, pero no le preste atención.
Tomás, linda y yo éramos los mejores amigos desde el primer grado. Pasábamos mucho tiempo juntos, confiaba en ellos y ellos confiaban en mí y a pesar que solíamos pelear una y otra vez, siempre nos reconciliábamos, por eso se podría calificar nuestra amistad a prueba de todo. Pero algo sucedía que ponía en riesgo aquella fraternidad, Amaba a linda.
El celular de la muchacha sonó y ella lo contesto con un “voy en camino”, se despidió con un beso en la mejilla y cuando la vi alejarse deje escapar un suspiro. Cada vez que linda estaba cerca actuaba más torpe de lo común, ya no podía seguir ocultando lo que sentía hacia ella. Un poco atontado recogí el ajedrez de mi abuelo y volví al interior de mi casa.
- Quien no asume un riesgo nunca ganara una partida - musito mi abuelo al percatarse de mi mirada perdida.
Era un día prácticamente perfecto, un brillante sol adornaba el celeste cielo y lo pájaros (para mi impresión) bailaban. Estaba decidido a declarar mi amor.
Tomé del florero de mi mamá una rosa blanca y fui a la casa de linda, pero al llegar su madre me dijo que había salido.
Aprovechando que Tomás vivía cerca decidí ir a visitarlo en lo que linda volvía. Él era la única persona que sabía lo mucho que me gustaba nuestra amiga, incluso más de una vez me motivo a que le pidiera “el cuadre” pero no me atrevía.
Llegue al edificio y Rafa, el portero, sin preguntar me abrió la reja. Subí un tramo de escaleras y gire la perilla de la puerta. La casa estaba a oscuras y en la cocina se escuchaban varios gemidos.
Todo fue tan rápido, Dos figuras desnudas sobre el mesón de la cocina se sobresaltaron al verme, Mis mejores amigos recogieron su ropa e intentaron colocársela lo más rápido posible.
Llenó de ira apreté la asquerosa flor y la guarde en mi bolsillo trasero, Una parte de mi se sentía extremadamente idiota y otra me reprochaba el haber confiado en el maldito de Tomás. Salí corriendo intentando contener las lágrimas pero ellos me detuvieron.
No entendía el porqué de su engaño, en ese momento todos nuestros años de amistad y mi profundo cariño hacia mis amigos se desvaneció.
- ¿Hace cuanto se acuestan? - pregunte sintiéndome el rey de los idiotas.
- Queríamos contarte – gritó Tomás evadiendo la pregunta.
- Son una mierda, sobre todo tu que sabias que me gustaba Linda.
- Perdónanos por no contarte, te lo íbamos a decir – a Linda se le escaparon varias lagrimas.
- Es que nos sentíamos solos, no puedes dejar de ser nuestro amigo por esta estupidez – tomas me sujetó por los hombros y yo le lanceé un puñetazo en la nariz.
- Cuando se sientan solos me avisan y hacemos un trío– dije sarcásticamente, el corazón me latía a millón. La ira y el deseo de golpearlo hasta matarlo me poseyó.
Corrí y sin saber a dónde, Ellos me persiguieron pero no me importó. Un trueno invadió el ahora grisáceo cielo y las gotas cayeron con estrepito. Sin mirar a los lados cruce la calle y escuche los gritos de advertencia de los que habían sido mis amigos, seguido por una ensordecedora bocina y mis últimos latidos. De pocas partidas he aprendido tanto como esta mi mayor derrota.


cuento original de Cesar Mora